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Revista Arbil nº 61
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"ETA pro nobis": ¿el
pecado original de Iñaki Ezkerra?
por
Vicente Ochoa
Iñaki
Ezkerra, con su libro "ETA pro nobis, el
pecado original de la Iglesia vasca", lanza
un ataque en toda regla contra el nacionalismo
vasco sirviéndose de la Iglesia, a la que
instrumentaliza a tal fin. Esta es una de las
principales conclusiones a la que se llega tras
la lectura de ese texto que, no obstante, tiene
notable interés
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El periodista y escritor
bilbaíno, fundador del Foro de Ermua,
juzga a la Iglesia católica vasca en un intento
regular, oportunista y perpetrado con desafecto;
en este ensayo -de irrespetuoso título-
publicado el presente año por Planeta, Ezkerra,
agnóstico declarado, trata de analizar las
relaciones pasadas y presentes entre el
nacionalismo y una parte importante del clero.
Les acusa con generalización extensiva de
numerosas infamias, cometidas por convergencia de
intereses con el mismo nacionalismo,
profundamente enquistado en esa sociedad hace
decenios.
Concediendo el beneficio de la duda a un impulso
bienintencionado, su actitud de fondo en cambio
es sectaria, por no delimitar los problemas en su
justo término; probablemente un católico
habría abordado estas cuestiones, menos
simplista y más equilibrada y constructivamente.
A pesar de encontrarlo provocador, irreverente y
tendencioso, el libro es sugerente y de lectura
recomendable si se acomete con espíritu abierto.
Su propia portada es chocante e impacta
visualmente: una serpiente enroscada a la Cruz;
esta imagen, jugando a confusión con el anagrama
de la banda terrorista y diseñada con criterios
descaradamente comerciales, supone un recurso "fácilón"
pero resulta ofensiva.
Volviendo al libro, éste es duro en momentos y
deja una sensación de amargura y desasosiego
ante la debilidad del hombre, tras el
señalamiento continuo desde su atalaya, de
serias faltas contra la ética cometidas
flagrante ó presuntamente por católicos en
Euskadi; a su cabeza, prelados y presbíteros por
su "alianza tácita" con el
nacionalismo (colaboración que según Ezkerra
oscila desde la pasividad u omisión hasta la
plena connivencia).
Los sucesivos y serios escándalos que se airean,
producen abatimiento y falta de crédito en la
institución eclesial; sensaciones
afortunadamente transitorias.
Pues el cuadro al que nos remite, de una Iglesia
menos inclinada al mensaje evangélico y más
preocupada por mantener su estructura apegada al
mundo, me parece desde luego poco honesto por
extremado, además de sombrío y pesimista.
Se deduce que las "saludables"
motivaciones del autor no están exentas de un
-entendible- resentimiento hacia la visión
nacionalista; Ezkerra se auto eleva a garante de
la verdad y justicia, al verter sus opiniones
gratuitas sobre las culpas de la Iglesia, entre
ellas su contribución en la gestación de esta
corriente totalitaria.
Ezkerra es incapaz de tener en cuenta por su
jactanciosa condición de agnóstico, algo
primordial: la Iglesia es mucho más que una
asociación humana; es una realidad también
divina y santa, constituida por Cristo, compuesta
por hombres pero por poseer carácter
sobrenatural, no determinada por el pecado.
Recordemos según Mt. 16,18: "..sobre
esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas
del infierno no prevalecerán contra ella."
Al margen pues de los evidentes prejuicios
generados por el agnosticismo o ateísmo
plasmados en el texto, éste ofrece elementos
positivos: las víctimas y la dificultad que
sienten los no nacionalistas para vivir con
dignidad en el País Vasco; así, rescata del
olvido historias de personas que experimentaron
el peor destierro interior: dramas que deberían
movernos a la caridad como acompañamiento.
Ezkerra nos presenta, atrevida pero
interesantemente, el proceso de asimilación de
postulados cristianos por el PNV,
instrumentándolos y envenenando las conciencias
con persistencia "maligna";
convirtiendo a esta ideología en una religión
sustitutiva ya reciclada donde la noción del mal
se ha relativizado ante lo que es supremo: la
patria vasca.
Ezkerra refiere en detalle la complicidad entre
una mayoría del electorado nacionalista y esta
religiosidad mermada por la identificación con
un proyecto político de base étnica.
Incluye como apoyo opiniones coincidentes
emitidas por personajes solventes como el
historiador Fernando García de Cortázar e
incluso el nacionalista "moderado"
J. Arregui.
El autor relata, con parcialidad netamente
anti-nacionalista (postura respetable) pero
también anti-eclesial (disfrazada de denuncia de
la hipocresía), el fenómeno social del acoso,
sutil a veces y otras brutal -siempre continuo-,
a quienes no son partícipes de los postulados
aranistas.
El libro es una colección de poco selectivas
invectivas contra la Iglesia -especialmente
guipuzcoana y vizcaína-, desde un punto de vista
pretendidamente neutro y desapasionado.
Ezkerra se asigna una libertad de conciencia que
le proporciona su condición de no-militante
religioso; me pregunto si anti-cristiano.
El autor ataca directamente puntos de la Fe como
el perdón y la esperanza, cómodamente y
justificado por situarse fuera de la praxis y
obediencia católica.
El libro no obstante está bien documentado; pero
sospecho se nutre subjetivamente de un evidente
izquierdismo, por asomar frecuentemente
"tics" anticlericales difíciles de
ocultar.
Ezkerra plantea la permeabilidad entre iglesia y
nacionalismo vasco, lo que puede creerse tras
conocer algunos casos con que nos ilustra; no
dudo de la verosimilitud de estas auténticas
persecuciones contra la disidencia, pero sí
discrepo de su enjuiciamiento inmisericorde y
genérico a prácticamente toda la
"organización" eclesiástica, por
colaborar obviamente con la cultura impuesta por
el nacionalismo: todo ello se afana en
demostrarlo con abundancia de datos.
Pero omite que las obras las realizan las
personas, y no parece justo achacar a un
"colectivo" entero compuesto por todos
los fieles y no sólo por sacerdotes, los
indiscutibles defectos de una parte, amplia y
notoria, de sus pastores.
Ezkerra es desigualmente combativo con figuras
como el ex-obispo Larrea, pero sobre todo carga
contra Setién y el actual titular donostiarra,
Uriarte; a estos últimos los designa
nacionalistas practicantes con leves matices
diferenciadores.
También vapulea a Blázquez aunque con menor
virulencia, dispensándole por estar maniatado
orgánicamente dentro de su diócesis bilbaína.
Y no deja escapar una hipercrítica traducción
de fragmentos del famoso prólogo a La
Iglesia ante el terrorismo, elaborado por
Fernando Sebastián; el arzobispo de Pamplona no
sale bien parado de un estudio sobre su texto
deliberadamente reduccionista.
Asimismo, clama contra los "mandos
intermedios" del clero que se mueven en
la penumbra y con soltura, entre las aguas poco
compatibles del nacionalismo y la pertenencia a
la Iglesia.
Ezkerra desarrolla por tanto la idea del nacional
catolicismo vasco, al que compara con el
franquismo sociológico; en ocasiones su teoría
parece aguda a pesar de las reticencias con que
acojo las sentencias de quien persevera en su
agnosticismo -¿excusa?- y se proclama no hostil
contra la Iglesia.
Ciertamente se puede compartir que el
nacionalismo vasco es una opción incomprensible
por su visión maniquea, y que el grado de
simbiosis con el catolicismo de ámbito vasco
logrado por la manipulación de dirigentes como
Arzalluz es obscena y nada inocente.
Lamentablemente, esta ideología sigue reteniendo
y atrayendo a quienes han prostituido
¿involuntariamente? su percepción ética y
libre albedrío, al absorber del entorno
ambiental; quedando así en su alineación,
inmunizados ante la desolación del contrario.
Tampoco estoy de acuerdo en su cauta defensa del
marxismo, cuando la Iglesia ha repetido
certeramente, que tras el mundo criminal de ETA y
el MLNV subsiste un radicalismo izquierdista de
base comunista-leninista, conglomerado además
con componentes maoístas, trotskistas... que
niega a Dios y lo sustituye por un proyecto
político.
Concediendo prioridad a implantar una república
socialista, se desprecia la vida ajena, eliminado
su carácter sagrado, y se sacrifica cuando
suponga un obstáculo para alcanzar la
independencia de Euskal Herria (la "mentira
histórica" de J. Mayor Oreja).
Ezkerra persiste en denunciar al omnipresente
nacionalismo (con origen en la delirante quimera
del fanático Sabino Arana) por ser germen de
odio; así como la execrable manipulación de
unas creencias religiosas sinceras y arraigadas
en la sociedad, contaminándolas impúdicamente
en su beneficio.
Igualmente acusa a la Iglesia vasca, excluyendo
sólo a unos pocos resistentes, de seguidismo en
aspectos como la utilización intolerante del
euskera en la educación.
Es evidente que algunas informaciones descritas,
provenientes de medios eclesiales, provocan
perplejidad e indignación; pero con madurez de
juicio uno puede censurar o compadecer a las
personas sin pisotear lo que está por encima.
Contrariamente a lo que vierte el autor, no veo
contradicción entre aceptar lo que es un mal
concreto, y un amor a la Iglesia que traspasa los
límites de quienes la integramos.
El subtítulo "El pecado original de la
Iglesia vasca" ya nos avanza que el
autor se centra en pasar el microscopio moral
exclusivamente sobre el terreno eclesial y su
responsabilidad en la situación actual. Ezkerra
quiere mostrar su versión de la perversidad del
silencios y equívoco lenguaje empleado por
cualificados representantes de la Iglesia, en
declaraciones que disecciona; las causas graves
que rechaza son: equidistancia entre verdugos y
víctimas, falta de piedad hacia los que son
hostigados, comprensión para los presos.
Califica a la misma Conferencia Episcopal
española de actuar de modo timorato, con
demasiada prudencia y a remolque de los
acontecimientos.
Para explicar todo ello, Ezkerra se adentra en
terrenos filosóficos y seudo-teológicos
comparando la historia judeocristiana con el
idílico sueño de un paraíso terrenal vasco,
alterando valores y conceptos como el pecado.
Siguiendo este artificial razonamiento, el autor
llega tan lejos como a presumir que el católico
nacionalista asume la "inevitabilidad"
de las acciones de ETA y se considera
co-responsable.
Por otro lado, son de admirar las partes
destinadas a exponer la valiente actuación de
los movimientos cívicos que luchan contra el
miedo; se describe el difícil nacimiento del "Foro
de El Salvador", de inspiración
cristiana y presidido por el P. Jaime Larrinaga.
Y se puede compartir la reclamación pública a
recuperar el papel merecido por las víctimas del
terrorismo.
Asimismo destaco positivamente, el homenaje
brindado al testimonio de sacerdotes y laicos
represaliados, según él, por miembros de la
jerarquía "oficial" que
innegablemente contemporizan con el partido de
Sabin Etxea.
A la vez que se agradece el riguroso esfuerzo
recopilador realizado por el autor, al investigar
para denunciar lo que es inicuo, y sacando a
relucir el sufrimiento real de personas con
nombres y apellidos, lamento la ausencia de una
mínima clemencia -misma carencia que él
reprocha- hacia quienes son acusados sin
posibilidad de defenderse.
Tampoco aprecia el todo, al adolecer de incluir
ejemplos del repetido e insistente
posicionamiento contra la violencia de la Iglesia
(sin entrar a valorar a personas controvertidas y
polémicas como Setién); así, se detecta un
mensaje atravesado por grandes dosis de
escepticismo y desconfianza.
En suma, no puedo adherirme a muchas de las
premisas lanzadas por el autor, como achacar
prácticamente a toda la Iglesia altas cuotas de
fariseísmo y acatamiento servil al poder de
turno, en este caso el nacionalismo, e insinuar
su poca convicción democrática; Ezkerra incluso
salta de nuestras fronteras para equiparar el
caso vasco con la -según él- proximidad
eclesial al dictador Pinochet.
Son dignos de mención los fragmentos en los que
osadamente el escritor interpreta las palabras de
Jesucristo y otros pasajes del Nuevo Testamento,
contraponiendo el significado que él les otorga,
a la Tradición de la Iglesia; aleccionando a
todos los católicos acerca de errores y lagunas
de autenticidad.
Ezkerra nos propone como objetivo para vencer
mejor la injusticia social del ideario
nacionalista, las iniciativas exclusivamente
laicas y civiles prescindiendo de cualquier
trascendencia; la acción puramente humana,
valiosa y necesaria pero incompleta, al margen de
las creencias.
Con lo que pone su deseo de futuro en soluciones
que excluyen a la Gracia (instrumento definitivo
para el cambio en los corazones, desde la
petición al Único que puede vencer al dolor y
la muerte).
Para los que nos sentimos dentro de la Iglesia
universal, me permito reproducir una cita
reciente -no incluida en el libro- de Juan Pablo
II.
El Papa ha definido con firmeza y autoridad moral
(preocupado por el resurgimiento de distintas
formas de racismo contra la dignidad y la vida) a
las ideologías nacionalistas excluyentes, como "gangrena"
de la humanidad; eso sí aceptando el legítimo
patriotismo y salvando a la persona:
La paz sólo puede realizarse cuando se
sobrepasan visiones del hombre y de la sociedad
basadas en la raza, en el nacionalismo o, más
generalmente, en la exclusión de los demás.
La globalización debe llevar a un rechazo de
todo conflicto armado, del nacionalismo
exacerbado y de toda forma de violencia.
Vicente Ochoa. |
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