La Revelación cristiana abre al
hombre la posibilidad de un nuevo modo de
coexistencia política.
Y es ese modo eminente y radicalmente nuevo. Tan
radical y honda es la novedad, que no se mide, ni
mucho menos, comparándola con lo que la Polis
significó.
Fue ésta consecuencia del cambio de héxis
que la ascensión al biós teoréticos entrañó
para la existencia humana.
Y afectó al hombre entero mudando el habitus
de la naturaleza.
Pero la ascensión que el advenimiento del
cristianismo produce en el hombre es incomparable
por su sentido y profundidad.
Es el mismo ser del hombre el que va a mudar por
virtud de la asunción en Cristo de la naturaleza
humana.
Se reconvierte el hombre en hijo de Dios de modo
nuevo y eminente. Se eleva en dignidad a una
altura inconmensurable e incomprensible.
"Quod homo est -dirá San Cipriano-
esse Christus voluit, ut et homo possuit esse
quod Christus est" .
La fuerza y la dignidad divina de Cristo que
ungió su propia humanidad, fue derramada sobre
el linaje humano para esclarecimiento y
deificación del hombre.
La venida del Verbo confiere a todos los hombres
la facultad de hacerse hijos de Dios.
En virtud de la Encarnación, el hijo del hombre
es incorporado verdaderamente a la persona del
Hijo de Dios.
La unión de la naturaleza humana con la persona
divina en Jesucristo siembra en el hombre la
semilla de la vida sobrenatural.
La corriente de la vida divina impregna y penetra
el ser del hombre, transforma y purifica toda la
vida natural, calando hasta los estratos animal y
vegetativo.
El ser del hombre queda vivificado y esclarecido
por el soplo del Espíritu Santo en la criatura.
Brota así una comunidad de vida entre Dios y el
hombre y un nuevo principio de comunidad de los
hombres entre sí.
Veamos brevemente en qué consiste la primera,
pues de ella emerge la posibilidad de la segunda.
Es la consecuencia inmediata de la Encarnación
del Hijo de Dios: el hombre Dios es cabeza de
toda la creación y del linaje humano.
Como quiera que Dios incorporó a sí la
naturaleza humana, puede decirse que en sentido
amplio se incorporó todo el linaje humano en
virtud de la unión solidaria de todos sus
miembros como descendientes naturales del mismo
tronco.
El linaje humano entero se convierte en cuerpo
místico del Hijo de Dios en el mismo instante en
que uno de sus miembros fue incorporado a Él.
Constituye el género humano una masa solidaria
asumida como un todo en la Persona del Verbo, no
ya sólo en sentido moral, sino en sentido real y
verdadero.
Pertenece a la persona de Cristo como cuerpo
suyo, pero sin menoscabo de la autonomía y
personalidad de sus miembros.
La personalidad de cada uno es asumida en la
superior persona que a todos penetra e impregna,
de suerte que más pertenecen a ésta que a sí
mismos y tan íntima es la unión que forman con
ella "como si fuera una persona",
como reza el Evangelio.
Dentro de la unidad mística del Corpus Christi,
Cristo no es sólo miembro o primum Inter pares,
sino fundamento que soporta el todo, ligadura
suprema que a los cristianos ata en comunión,
fuerza que los transfiere a la esfera
pneumática, manantial que aumenta la vida nueva
del "hombre nuevo".
Según San Pablo, la unión de los cristianos con
Cristo forma una unidad personal.
En esa unidad cada cristiano individual no sólo
conserva su ser personal, su condición de
persona, sino que la lleva a una perfección
inaccesible al hombre personal.
De esta comunidad sobrenatural del Corpus Christi
y de su actuación por medio de la Charitas, se
deriva la posibilidad de un nuevo modo de
convivencia histórica entre los hombres.
Tres notas definen la nueva posibilidad de
coexistencia: primero es comunidad de personas;
segundo es unión desde un Dios personal y
trascendente por medio de la Charistas como amor
del prójimo fundado en la Charitas propiamente
dicha, y tercero es unión de "criaturas",
es decir, de seres personales "creados",
pero no "generados"
naturalmente por Dios.
La singularidad de estas tres notas cobra máximo
relieve si se las compara con la comunidad
helénica o romana.
Es, decimos por lo pronto, comunidad de personas.
Lo que separa radicalmente la antropología
cristiana de la antigua está cifrado en los dos
textos capitales del Génesis : "Faciamus
hominem ad imaginem, et similitudinem
nostram" (I,26). "
et
inspiravit in faciem eius spiraculum vital, et
factus est homo in animam viventem"
(II, 7).
El hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios, se
segrega del resto del universo.
Su génesis es un verdadero salto cualitativo: no
es la obra de un simple "hágase"
de Dios, sino de un "afflatus",
del soplo del Espíritu divino en él, del
pneuma.
Se constituye así el hombre en persona. El
griego le había atribuido el Logos.
Ahora el Logos humano es participación de la
razón universal cifrada en el pneuma divino.
La humana koinonía fue siempre para el heleno
comunidad de seres vivientes, de zoones.
Cierto que esos zoones están bañados por el
Nous, pero esta cualidad singular no hace rebasar
al hombre el concepto de animal, siquiera sea
cualificado por el Logos.
Por eso es la polis esencialmente genética,
comunión de hombre y hombre desde la Phycis,
de la cual emerge todo el universo, incluido el
hombre con su destino.
La comunidad cristiana será, en cambio,
ayuntamiento de "personas", es
decir, de semejantes de Dios, almas encarnadas y
vivificadas por su soplo.
En segundo lugar, es comunidad fundada en la
Charitas como amor del prójimo.
Hay de la philía griega a la Charitas cristiana
la difrencia fundamental que separa el eros
platónico del ágape joánnico, que se efunde
desde la cabeza del corpus christi en
todos sus miembros y los ayunta en miesteriosa
unidad unos con otros.
Es, en fin, comunidad de "criaturas".
El concepto de "creación" y "criatura"
es nada menos que el horizonte en que se inscribe
desde el principio toda la especulación
cristiana.
A lo que el griego llamó cosmos, el cristiano
llamará creación.
El salto metafísico es tan decisivo que de su
esclarecimiento previo depende la comprensión
cabal de la actitud que el cristiano adoptó
frente a la realidad política, plasmada en la
civitas cristiana a lo largo de toda la Edad
Media.
Cuando el griego se ha preguntado acerca del
universo ha dicho de él que es el conjunto de
todo cuanto existe.
Mas no sólo en el sentido de todo cuanto hay,
sino también en el más profundo de que el
conjunto entero proviene de una última realidad:
la Phycis.
Por eso el universo es "naturaleza".
Y la naturaleza es precisamente lo que nunca
cambia ni se mueve, lo permanente.
La mirada helénica está aprisionada en la
metabolé de las cosas.
Todo cambio presupone un principio y un término.
No otra cosa es la Physis. La especulación
griega rematará en la idea aristotélica de un
motor inmóvil -Dios-, momento absoluto sin el
cual no se explicarían las mudanzas del
universo.
El universo y las cosas son porque emergen de la
Physis.
Todo ello ha sido "generado"
naturalmente por ella.
La naturaleza "hace" las
cosas, y ese hacer -poiein- tiene el
sentido de "engendrar", como
la madre natural engendra al hijo que de ella
nace.
Es genitriz de las cosas y, naturalmente,
también del hombre.
¿Qué dice, en cambio, la especulación
cristiana acerca del universo? Algo esencialmente
diferente.
El universo cristiano es también el conjunto de
las cosas que hay, pero no en cuanto provienen "naturalmente"
de una physis, sino en cuanto han sido "creadas
por Dios".
Dios ha "hecho" todas las
cosas, pero el "hacer" de Dios
nada tiene que ver con el poiein de la physis.
Dios no es "generador" o
"genitor" del mundo, sino su
creador.
Y crear no es hacer brotar de una realidad
última e inagotable las distintas cosas que
existen por generación natural, es hacer "desde
la nada".
La creación es esencialmente "creatio
ex nihilo".
El universo cristiano es un universo creado.
La especulación cristiana empezará siendo
teoría del mundo y tratará de dar razón de él
y de la creación.
El horizonte de la creación impone un cambio
radical de actitud.
En efecto, cuando el cristianismo se pregunte
qué es lo que es, tendrá que dar razón de las
cosas creadas en cuanto creadas.
Y no podrá contestar como el griego diciendo que
son en cuanto que participan de la physis
universal, puesto que las cosas no brotan
naturalmente de Dios.
Tendrá que dar razón del "sí
mismo" en que cada cosas consiste como
realidad creada.
El magno empeño del pensamiento cristiano
consistirá en interpretar ese sí mismo de las
cosas.
Según sea la interpretación así varía con
ella la idea entera de la creación, del creador
y del mundo creado, de Dios, de las cosas y del
hombre.
Las respuestas que a lo largo de la edad media se
van dando difieren tanto unas de otras que no
parece posible ver la filosofía medieval en su
integridad y unidad.
Sin embargo, mirada a la luz de este problema
clave inexorablemente propuesto al pensar
cristiano, toda la especulación medieval se
ordena en armonía, ofreciéndose ante nuestros
ojos con unidad de sentido comparable a la mole
espléndida de la filosofía griega.
Lo mismo sucede en lo que más de cerca nos
concierne.
El pensamiento político cristiano medieval se
esforzará en dar razón del sí mismo de la
realidad política como realidad creada.
Y según sea el punto de partida metafísico,
implícito o explícito, así varía con él la
interpretación de lo político y la actitud
concreta en que dicha interpretación se plasma.
En el siguiente artículo, trataremos de
desarrollar esta idea adecuadamente, con esas dos
grandes intuiciones: la realidad política como
"reflejo" de la realidad
trascendente (S. Agustín) y la realidad
política como realidad sustantiva (Santo Tomas),
así como la reflexión acerca del núcleo del
proceso que lleva de una a otra evolución,
mostrando así, que la cristiandad medieval no es
un pensamiento compacto, sino que en su misma
realización histórica sintió un proceso
ascendente, pero cortado en su desarrollo
evolutivo.
José María Ripoll Rodríguez (canisius@terra.es).
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