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Indice de contenidos

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Una breve historia de la arquitectura y el urbanismo de la España contemporánea
Actividades de Arbil en Chile
El movimiento personalista en España
El personalismo de E. Mounier
Anotaciones críticas sobre el personalismo
Primacía de la incomunicación de la persona
Polo político y polo profético
El gran engaño: derechos del hombre, Iglesia católica y Revolución Francesa
Ocaso y aurora. Perspectiva personalista y Ontología de la existencia


CARTAS

Revista Arbil nº 61

Primacía de la incomunicación de la persona

Eudaldo Forment. Universidad de Barcelona

La incomunicabilidad personal.

La noción de persona es una de aquellas, que, por su origen, pueden llamarse cristianas, pero por su contenido son estrictamente filosóficas. Estas nociones son una auténtica aportación directa del cristianismo al pensamiento filosófico. La Iglesia, desde el principio, propuso claramente algunos conceptos, que, aún siendo estrictamente racionales, no habían sido descubiertos por el hombre. Quizá hubieran permanecido siempre inaccesibles a su razón, si no se hubieran propuesto junto con las verdades de contenido sobrenatural.

El concepto de persona apareció, en el ámbito teológico cristiano, junto con otros también racionales. Entre ellos, la noción de Dios, como, además de creador, personal y libre, la concepción del hombre como un ser espiritual, la doctrina de la dignidad e igualdad humana, la de la libertad, el enfoque adecuado al problema del mal, y la visión lineal de la historia.

Con el término persona se significaba la máxima individualidad o suprema singularidad. La persona, en el hombre, expresaría la individualidad espiritual o substancial del alma, que se manifiesta en sus facultades incorpóreas, el entendimiento y la voluntad, y también la individualidad del cuerpo. La persona sería lo más individual, lo más propio que es cada hombre, lo más incomunicable, o lo menos común, lo más singular. Una individualidad única, que no se transmite por generación, porque no pertenece a la naturaleza humana ni a ciertos accidentes suyos, a los que esta predispuesta la misma naturaleza, que es transmitida con ellos de los padres a los hijos.

Por expresar esta individualidad, la persona no tiene el mismo significado que el de hombre. En el lenguaje corriente, el término persona se emplea como equivalente al de hombre. Es una utilización correcta, porque todo hombre es persona. Sin embargo, el nombre persona tiene una caracterización lógica y gramatical distinta de hombre y de todas las demás palabras. Estas se refieren siempre a características esenciales, generales o individuales. La persona, a diferencia de todos lo demás nombres, sin la mediación de algo esencial, se refiere recta o directamente al ser. Nombra al fundamento individual inexpresable esencialmente de cada hombre.

Santo Tomás, para expresar la denotación del ser propio personal, asumió la definición clásica de Boecio de "Substancia individual de naturaleza racional" (1). También el Aquinate definió la persona, con términos parecidos, pero más precisos, del siguiente modo: "Persona es el subsistente distinto en naturaleza racional" (2).

En estas dos definiciones de persona, queda expresada implícitamente la tesis propia de Santo Tomás, que "El ser pertenece a la misma constitución de la persona" (3). El principio personificador, el que es la raíz y origen de todas las perfecciones de la persona, incluida su individualidad total, es su ser propio.

Todas las perfecciones de los distintos seres, son expresadas por su esencia, aunque se resuelvan en último término en el acto del ser, porque es el fundamento de tales perfecciones. La persona, sin embargo, sin la mediación de algo esencial, directamente se refiere al ser. Por ello, debe comprenderse como vinculada inmediatamente al ser, y a los trascendentales que éste principio entitativo básico funda: la unidad, la verdad y la bondad.

En este sentido, puede decirse que persona tiene un carácter "trascendental". Nombra al ser propio, y a los trascendentales, sin designar directamente la naturaleza participante del ser. Menciona inmediatamente al ser, la entidad, la realidad, la unidad, la división o incomunicabilidad, la verdad, la bondad y la belleza, propias del ente personal.

Según Santo Tomás, lo que hace que un individuo de naturaleza humana, un hombre, compuesto de cuerpo y alma, sea una persona no es algo que pertenezca propiamente a esta naturaleza, sino su ser propio, acto primero, constitutivo y fundamento de la misma esencia. El ser propio o personal es una realidad metafísica, que no sólo no es captable por los sentidos, como todas las otras, sino que tampoco es objeto de la inteligencia. Su conocimiento es posible, porque a cada persona se le revela en su conciencia intelectual, en la percepción intelectual de que es o existe, de la que tiene una absoluta certeza y cuyo objeto, su ser propio, indica como la palabra "yo". Este núcleo interior se distingue de su naturaleza por su carácter permanente y a la vez desconocido en cuanto su contenido por el mismo sujeto.

En definitiva, el constitutivo formal de la persona, lo que la distingue de la mera naturaleza, es el ser propio y proporcionado a esta esencia. Por este ser personal, la persona subsiste, existe por sí y en sí, de una manera autónoma e independiente. La persona es subsistente y, por tanto, una substancia, tal como se indica en sus definiciones.

La máxima individualidad en lo creado se explica por la subsistencia, el ser propio y proporcionado a una esencia corporal y espiritual. La persona designa siempre lo singular o lo individual, al hombre concreto existente. Las cosas no personales, son estimables por la esencia que poseen. En ellas, todo se ordena, incluida su singularidad, a las propiedades y operaciones específicas de sus naturalezas. De ahí que los individuos solamente interesan en cuanto son portadores de ellas. Todos los de una misma especie son, por ello, intercambiables. No ocurre así con las personas, porque interesan en su misma individualidad, en su personalidad. A diferencia de todos los demás entes singulares, la persona humana es un individuo único, irrepetible e insustituible.

Esta suprema individualidad o singularidad de la persona se expresa con la afirmación de que posee la incomunicabilidad metafísica. En la persona todo esta embebido de incomunicabilidad. En cualquier persona tal singularidad tiene siempre supremacía sobre todo lo específico o genérico. De ahí, que esté incluida formalmente en las dos definiciones de persona examinadas. A la persona, al "subsistente distinto", según la definición de Santo Tomás, o a la "substancia individual", que aparece en la de Boecio, por su totalidad entitativa -que indican los términos "subsistente" y "substancia"-, y por su singularidad -indicada por los de "distinto" e "individual"-, se le puede caracterizar como lo totalmente incomunicable.

La comunicación sin comunicante.

Por significar la substancia o la subsistencia, como enseña Santo Tomás, el término persona expresa formalmente la incomunicabilidad metafísica. Esta fundada tesis, embargo, ha sido, por algunos, tildada de "substancialista" o "cosificadora". Consideran estos autores, que se mueven en el ámbito del existencialismo, que se olvida la comunicación personal y su gran importancia en la vida de las personas. La caracterización de la persona por la incomunicabilidad absoluta confirmaría esta descalificación (4).

Se propone, desde estas mismas posiciones críticas, en lugar de definir la persona por la incomunicabilidad, hacerlo por la relación. Se afirma que: "La persona es el ser racional. Esto significa que la persona existe como realidad que se refiere a otras personas. La experiencia psicológica muestra que el yo entra en relación ética con otros yo, porque su realidad más profunda consiste en el hecho de ser relacional (...) No se trata de una 'relación accidental' (...) Es una relación que tiene en sí misma la propia realidad. No toma su realidad de la naturaleza" (5). De este modo no sólo se atendería a las relaciones personales entre las personas humanas, sino que sería más patente la armonía entre la filosofía y la doctrina católica, que enseña que la persona divina se define por la relación trinitaria.

Para esta doctrina, tanto en Dios como en las criaturas, la persona hay que caracterizarla por la relación, la comunicación o la relación con los demás. No puede decirse que las personas: "Existen en un principio cada una en su reserva, para entrar después en relación con las otras y formar con ellas una comunidad. Comunidad y persona se sitúan a la vez; una persona no existe sino como relación con las otras personas. Su realidad es la de un ser relacional. Un 'yo' no tiene sentido sino en su relación con los otros 'yo'" (6). La persona no es, sino que se constituye en la relación con los demás. No es algo anterior a al comunidad, sino que se constituye en y por la relación interpersonal.

Según este personalismo comunitario o "dialógico", la persona se constituye en la comunidad. El constitutivo formal, la raíz y causa de la dignidad personal y de las perfecciones personales es la relación social.

Debe advertirse, sin embargo, que esta doctrina "relacional" contemporánea de la persona ni se deriva ni es aplicable a la teología trinitaria. Ciertamente las personas divinas se constituyen por la relación, pero, como advierte Santo Tomás, por la relación subsistente, de manera que el constitutivo formal de la persona en Dios es también el ser. Ni en Dios ni en la criatura, la mera relación no constituye a la persona (7).

Tres dificultades.

Además si se considera en sí mismo el "personalismo relacionista" presenta muchas dificultades. En primer lugar, porque aunque se reconoce el carácter locutivo y manifestativo del conocimiento intelectual, en la insistencia de su importancia, parece olvidarse el presupuesto que implica, que hay alguien que manifiesta. Para que sea posible la comunicación intelectiva debe existir un sujeto individual dotado de entendimiento, una persona humana.

Un pensador existencialista, Nicolás Berdiaeff ya detectó este grave olvido de la persona en las doctrinas modernas del conocimiento. Frente al mismo, recuerda que: "El problema fundamental de la gnoseología consiste en saber quien conoce y si el que conoce pertenece al ser. ¿Cómo comprender y profundizar la premisa del conocimiento que nos hace suponer que es el hombre quien conoce?" (8). Es el hombre individual e íntegro, la persona humana, quien conoce. Es la persona, tal como lo patentiza la metafísica del Aquinate, un hombre concreto y singular, en toda su totalidad.

En su reivindicación de este ser personal, afirma Berdiaeff que: "El problema fundamental e inicial es el del hombre (...) El enigma del conocimiento y el enigma del ser reside en el hombre. El hombre es precisamente este ser concreto enigmático, inexplicable si se parte del mundo, y por cuya única mediación puede efectuarse la irrupción hacia la esencia del ser" (9). Ni la persona es capaz de captar con su entendimiento el sentido esencial o inteligible de la realidad en su totalidad, ni este sentido explica completamente a la persona. Lo personal ésta en lo esencial pero al mismo tiempo lo trasciende. La persona siempre es más.

El personalismo "relacional" también destaca, para confirmar su doctrina de que la relación en cuanto tal constituye formal e intrínsecamente a toda persona, la relación amorosa entre las personas. Ante este argumento, debe reconocerse que el amor de amistad o de donación es propio de las personas, y conduce a la unión afectiva y real entre los seres personales, pero no se debe ignorar la anterioridad del sujeto y objeto de esta forma suprema de amor, que son siempre personas. Sin el sujeto ni el término de la relación personal que es el amor, no puede existir la relación amorosa, y, por tanto, ésta no puede constituir a la persona, porque sin ella no existe.

Una dificultad de este moderno personalismo deriva de la misma naturaleza de las relaciones cognoscitivas y amorosas. Hay una radical imposibilidad de comunicación, por medio del lenguaje intelectual y el amor de donación, si no se admiten unas aptitudes para ello y unas inclinaciones, que tienen que encontrarse en los seres personales humanos, con una determinada constitución metafísica, que las explique. Es preciso reconocer, en el sujeto y en el término de toda comunicación, un ser que permita comprender el origen de sus facultades intencionales, que hacen posible tal comunicación

Un tercer inconveniente, aparece si se examina el hecho del diálogo personal. En todo diálogo, los interlocutores son "en sí" antes de ser "a otro". Son personas, o subsistentes en naturaleza racional, antes que dialogantes. Es, por consiguiente, imposible que dialogando alguien se constituya en persona. Por lo mismo, que dé el ser personal con su diálogo. No se puede entrar en relación de amistad con otro, sin reconocer con anterioridad a la misma, mi apertura a la convivencia amistosa y también la suya, y, por tanto, una estructura metafísica que explique la aptitud para poderse comunicar ambos por el amor.

Nunca la relación puede ser constitutiva de sus sujetos, sino que son estos su fundamento. Además, la causa auténtica de los sujetos no ha estado dirigida a causar la relación que sustentan. Así, por ejemplo, los padres al engendrar hijos no han causado la paternidad o la filiación, sino a sus hijos. Las relaciones de paternidad y filiación, fundadas en la acción generativa, son causadas por este fundamento juntamente con los padres y los hijos. En ninguna relación se da la constitución de su sujeto y su término (10).

En definitiva, como ha indicado Abelardo Lobato: "Hoy es muy fuerte la pretensión de reducir la persona a sus relaciones interpersonales, porque son constitutivas. Es normal en el tiempo del olvido del ser y de la proscripción a las relaciones interpersonales, pero no se debe olvidar que la relación supone un fundamento en un sujeto y tiende a referirse a otro. Sin sujetos no hay relaciones" (11).

La comunicabilidad personal.

No es la incomunicabilidad metafísica la que impide la comunicación, sino el egoísmo. Enseña Santo Tomás que el amor de si es bueno e incluso obligatorio, pero si es desordenado es egoísmo. El egoísta se cierra a todo otro amor, no respeta a ninguna jerarquía en el orden natural del amor y, en definitiva, se convierte a sí mismo en el fin absoluto de la propia vida. El egoísmo, o el exceso de amor a sí mismo, es la tierra de cultivo en donde está asentado todo el edificio del mal. "El amor desordenado de sí mismo es causa de todo pecado" (12).

La incomunicabilidad metafísica no implica la incomunicación con los demás. Puede decirse que la persona es apertura y lo es por su incomunicabilidad metafísica. Esta apertura o comunicación de vida personal es un efecto de la substancialidad incomunicable de la persona. La incomunicabilidad metafísica de la persona en vez de impedir la comunicabilidad social la posibilita.

La persona, como sostiene Santo Tomás, es una totalidad. La persona se refiere a la totalidad del hombre, a, todos sus constitutivos, los esenciales, los accidentales, y el ser, como constitutivo formal. "Se trata de un todo concreto que excluye ser parte como la mano o el pie, el alma o el cuerpo, excluye ser universal como todo lo abstracto, las ideas, las categorías y debe ser existente y no ente de razón" (13). La persona es una totalidad entitativa, de la que se destaca directamente el ser propio, que es significado de modo inmediato.

Esta concepción de la persona como totalidad subsistente y distinta o incomunicable, no sólo no impide la comunicación intelectual y afectiva, sino que la origina. Las relaciones interpersonales se explican por el carácter personal de sus términos, porque son personas y, por tanto, porque poseen un ser propio, en un grado que está ya en el nivel de ser espiritual. El ser propio, en el grado que lo posee la persona, y que la constituye formalmente, le confiere la autoposesión.

En primer lugar, esta posesión personal se realiza por medio de la autoconciencia intelectiva o experiencia existencial de la facultad espiritual inteligible e intelectual, que es el modo como puede conocer el ser. Gracias a ella, aunque en un grado limitado, la persona humana se posee intelectivamente a sí misma.

En segundo lugar, se lleva a cabo la posesión propia de la persona por su facultad espiritual volitiva. Con esta autoposesión, la persona se ama a sí misma, de un modo natural y necesario, pero no, desordenadamente, porque entonces este "amor de sí" se convertiría en egoísmo.

Por ser dueña de sí misma -con sus facultades superiores, aunque en el grado indicado, como corresponde a la limitación de la inteligencia y de la voluntad del ser humano-, la singularidad de la persona es más plena que la de los demás entes substanciales. Además, como la persona, por su carácter fundamental se expresa en todo lo propio del hombre, en él todo esta atravesado por la singularidad. La persona humana en la suprema individualidad en lo creado.

Merece, por ello, la persona ser nombrada no con un nombre que diga relación algo genérico o específico, sino con un nombre propio, que se refiera a él mismo. Las personas tienen nombre propio y si éste se da también a objetos, como lugares geográficos, casas, barcos, etc., o a otros seres vivos, como los animales domésticos, es por que tienen una relación directa con personas. Se les ha nombrado con un nombre propio no por sí mismos sino por estar en el contorno persona.

La persona es lo absolutamente incomunicable. La persona es lo más incomunicable metafísicamente, pero es lo más comunicable intencionalmente por el entendimiento y el amor. Son acciones u operaciones de la persona que producen efectos inmanentes, que permanecen dentro de su causa y son las que permiten la comunicación o relación personal.

Dr. Eudaldo Forment


Notas

1) BOECIO, Liber de persona et duabus naturis, ML, LXIV, 1343.

2) SANTO TOMÁS, De Potentia, q. 9, a. 4, in c.

3) IDEM, Summa Theologiae, III, q. 19, a. 1, ad 4.

4) Véase: K. HEMMERLE, Tesi di Ontologia trinitaria, Roma, Città Nuova, 1976.

5) RAMÓN LUCAS LUCAS, Antropología y problemas bioéticos, Madrid, BAC, 2002, p. 101.

6) J. GALOT, La persona de Cristo, Bilbao, Ed. Mensajero, 1971, p. 47.

7) Véase: E. FORMENT, Personalismo medieval, Valencia, EDICEP, 2002, c. IV.

8) NICOLÁS BERDIAEFF, La destinación del hombre (Trad. Juan de Benavent), Barcelona, José Janés, 1947, p. 40.

9) Ibid., p. 42.

10) Véase: F. CANALS VIDAL, Ser personal y relación interpersonal, en E. FORMENT (Ed.), Dignidad personal, comunidad humana y orden jurídico, Barcelona, Ediciones Balmes, 1994, 2 vols., I, pp. 25-35,

11) ABELARDO LOBATO, Dignidad y aventura humana, col. "Horizonte dos mil. Textos y Monografías", n. 5, Salamanca-Madrid, San Esteban-Edibesa, 1997 p. 108.

12) SANTO TOMÁS, Summa Theologiae, I-II, q. 77, a. 4, in c.

13) ABELARDO LOBATO, Dignidad y aventura humana, op. cit., p. 109..
 


Revista Arbil nº 61

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