No pocos economistas,
empresarios, banqueros e incluso clérigos
católicos, llenan las páginas de prestigiosas
publicaciones católicas con alegatos a favor del
capitalismo liberal, que estiman ser un régimen
económico acorde con los postulados esenciales
de la Doctrina Social de la Iglesia.
Aunque no todos coinciden en todos ellos, he
aquí algunos de los presupuestos y de los
argumentos que tales pensadores esgrimen a favor
de su tesis católico-liberal:
- Los católico-liberales suelen definir el
capitalismo compatible con el cristianismo como
un sistema que defiende la propiedad privada de
los medios de producción, la libre iniciativa
individual y el libre mercado.
- Consideran que este modelo es el que responde
al modelo actual de capitalismo predominante en
gran parte del planeta, y que está muy alejado
del llamado capitalismo manchesteriano o
capitalismo salvaje de aquellos lejanos tiempos
en que los obreros, incluso niños y mujeres
vivían hacinados en las fábricas, trabajando
largas horas en condiciones pésimas. Según
muchos de ellos, pues, hoy no se dan tales
situaciones inhumanas.
- Por otro lado, y no obstante la crítica a
ciertos excesos del capitalismo decimonónico,
suelen creer los católico-liberales que, en
comparación con el estado en que vivían las
gentes antes de la aparición del capitalismo, el
sistema capitalista supuso una mejora para los
trabajadores con respecto al orden social
preexistente.
- Algunos sostiene que, de los distintos tipos de
liberalismo, sólo el liberalismo filosófico
-aquel que proclamarla autonomía de la libertad
frente a la verdad objetiva- sería el condenado
por la Iglesia desde Pío IX en el Syllabus
hasta la Octogessima Adveniens de Pablo
VI; mientras que el liberalismo político de
Locke, y el liberalismo económico de Adam Smith
no estarían incluidos en la condena eclesial.
- Los católico-liberales no parecen tomar en
serio la posibilidad de una alternativa real
entre el capitalismo y el socialismo. Para ellos
todo lo que no sea capitalismo no puede ser otra
cosa que socialismo, en mayor o menor medida,
desde el llamado Estado del Bienestar hasta los
Estados colectivistas marxistas.
- La principal diferencia entre los socialismos y
el capitalismo, consiste, para ellos, en que
aquéllos, mediante el intervencionismo del
Estado, ahoga la libertad de iniciativa
individual, desincentivando a los productores,
que aplican la ley del mínimo esfuerzo, con lo
cual no se genera riqueza; mientras que el
capitalismo estimula la inversión, la
producción y la creación de riqueza de manera
libre y espontánea
- Tratan de demostrar, basándose sobre todo en
la Encíclica Centessimus Annus de Juan Pablo II,
que la Iglesia es partidaria de la economía
capitalista. Para ello aducen parte de unas
frases -sacadas de contexto- de la mencionada
Encíclica, en las que el Papa parece justificar
cierto capitalismo, si por tal se entiende un
modelo económico que defienda la propiedad
dentro de un contexto de libertad encuadrada
dentro de un orden, modelo que, según los
liberal-católicos, coincide con el que ellos
defienden.
- Los liberal-católicos aseguran que el
capitalismo es consecuente los principios
fundamentales de la Doctrina Social: el principio
de que la propiedad privada es un derecho natural
del hombre; el principio de la hipoteca social o
función social de toda propiedad; y el principio
de subsidiariedad.
· En cuanto al derecho a la propiedad, sostienen
que la Iglesia la defiende como un derecho
natural. Ciertamente reconocen que la Iglesia
nunca lo ha considerado como un derecho absoluto,
sino que sobre la propiedad grava una hipoteca
social, es decir, que debe cumplir una función
social para estar totalmente legitimada. Ahora
bien, según ellos, la propiedad capitalista
cumple este requisito, pues consideran que no hay
mayor beneficio social que el de la creación de
empleo y la generación de riqueza,
características -para los católicos-liberales-
del sistema capitalista.
· En cuanto al principio de subsidiariedad,
también estiman que el capitalismo es congruente
con él, pues desde su punto de vista, tal
principio consistiría en que el Estado debe
abstenerse de intervenir en la economía cuando
la iniciativa privada funcione eficazmente, y
limitarse tan sólo a crear un marco jurídico
adecuado para que el mercado y la libre empresa
funcionen, supliendo a la iniciativa privada
únicamente en los casos en los que ésta no
quiera o pueda meterse.
- Los católico-liberales no ven ninguna
relación entre la actual crisis de valores y el
liberalismo económico.
Piensan que no existe una vinculación directa
entre la génesis y desarrollo del capitalismo y
el nacimiento y difusión del protestantismo.
Y no creen que tengan por que ir unidos al
liberalismo filosófico, el liberalismo político
y el liberalismo económico.
- Por último, los católico-liberales admiten
que el sistema capitalista liberal puede tener
fallos y dar lugar a abusos, pero no por un
defecto intrínseco del sistema sino por falta de
educación y de asimilación de principios
morales en los individuos. La solución está,
para ellos, en inculcar a todos, empezando por
empresarios y financieros, las virtudes humanas y
cristianas.
Vistos los razonamientos de los
católico-liberales a favor de la conciliación
entre capitalismo y cristianismo, cabe hacer las
siguientes objeciones y puntualizaciones:
- Es cierto que la Iglesia propugna la propiedad
privada, incluso de los medios de producción,
como un derecho natural de todos los hombres.
Pero que la Iglesia ha enseñado en distintas
ocasiones que la propiedad tiene su origen en el
trabajo humano, pues como el trabajo, la
propiedad es un atributo humano. Los
católico-liberales, por el contrario, dan por
supuesto que sólo el capital da derecho a la
propiedad de los medios de producción.
Es verdad también que la Iglesia reconoce al
capitalista ese derecho a la propiedad, en tanto
en cuanto considera al capital como acumulación
de trabajo (concepto, por cierto, difícilmente
explicable en el caso del capital no proveniente
directamente el esfuerzo de su poseedor sino de
la especulación). Pero en todo caso, este
reconocimiento no excluye el derecho de los que
sólo aportan su labor, sea física o
intelectual, a la propiedad del fruto de su
trabajo. Este derecho, por cierto, viene recogido
en la primera Encíclica social, la Rerum
Novarum de León XIII.
- Por otro lado, la Iglesia recomienda
encarecidamente e insistentemente que la
propiedad se difunda entre el mayor número de
personas. Pío XI enseñaba en la Quadragessimo
Anno, que era muy bueno sustituir el
contrato de trabajo propio del régimen de
salariado por el contrato de sociedad. Juan Pablo
II, en la Laborem Exercens propone
introducir en las empresas fórmulas de
participación de beneficios y de cogestión.
- Es paradójico que los partidarios del
capitalismo insistan en defender el derecho de
los propietarios a conservar su propiedad privada
y no hablen del derecho de los desposeídos a
participar en alguna forma de propiedad si lo
desean, incluyendo la de los medios de
producción.
- Los católico-liberales olvidan decir que,
históricamente, y hasta hoy mismo, el sistema
capitalista ha dado lugar a la concentración de
la propiedad o el dominio del dinero en manos de
cada vez menos personas, a costa de proletarizar
a una enorme cantidad de pequeños artesanos,
labriegos y comerciantes, que no pudieron
competir con el poderío económico de los
grandes capitalistas. Y en este sentido, el
capitalismo no sólo no ha sido proclive a la
propiedad privada, sino que, por el contrario, ha
sido uno de sus mayores enemigos.
- La propiedad privada, incluso la de los medios
de producción, se hallaba más extendida entre
la sociedad antes de la aparición en escena del
liberalismo económico. Dos de los objetivos más
codiciados por los liberales de los siglos XVIII
y XIX fueron la desarticulación del sistema
gremial en las ciudades, y la desamortización de
los bienes de la Iglesia y de las tierras
municipales comunales.
El sistema gremial, aunque susceptible de
perfeccionamiento, posibilitaba el acceso a la
propiedad y a los beneficios generados en los
talleres a todos los que intervenían en la
producción, incluyendo al aprendiz, sin
necesidad de tener que disponer de una gran
cantidad de capital. Las tierras comunales,
podían ser utilizadas como pastos o campos de
cultivo por aquellos campesinos que no eran
poseedores de su propia tierra.
La expansión del capitalismo acabó con todo
ello y fue dejando a su paso masas sumidas en la
pobreza y la miseria.
No es cierto, pues, que la situación económica
y social que precedió al capitalismo liberal
fuera peor que la de tiempos posteriores.
Evidentemente el desarrollo técnico no había
llegado a lograr los avances que conocemos hoy
día. No existían los coches, los frigoríficos,
las lavadoras, las televisiones y tantos otros
inventos que hoy hacen más cómoda y confortable
nuestras vidas. Pero todo esto es previsible que
hubiéramos llegado a crearlo igualmente con el
tiempo, sin necesidad de implantar un orden
económico como el capitalista.
- Cuando los católico-liberales afirman que el
capitalismo ha creado riqueza como nunca se
había creado, se están refiriendo a la
situación de unas cuantas personas en unos
determinados países. Pueblos enteros viven en
África y en Asia, después de haber padecido en
sus suelos la implantación del capitalismo, en
la más absoluta indigencia, pasando hambre como
no la habían pasado antes de la llegada del
imperialismo económico capitalista.
- No es razonable que los empresarios
capitalistas puedan justificar la función social
de sus propiedades por el solo hecho de crear
puestos de trabajo.
No lo es, primero, porque quien tiene que estimar
si la propiedad cumple o no la función social,
no son los propietarios, sino la sociedad misma.
De lo contrario sería como si un presunto
delincuente tuviera que juzgar por sí mismo si
es culpable o no.
Segundo, porque no basta con dar trabajo. Hay que
tener en cuenta qué tipo de trabajo y en qué
condiciones se crea.
Si el sólo hecho de crear empleo fuera motivo
suficiente para cumplir con la sociedad, los
antiguos propietarios de esclavos serían unos
señores muy benéficos, y la esclavitud,
probablemente, la manera más eficaz de hacer
justicia social y acabar con el paro.
- Además ha de tenerse en cuenta que es doctrina
pontificia que para que un salario sea justo, no
basta con que éste sea libremente pactado entre
el trabajador y el capitalista, ya que muchas
veces el trabajador acepta las condiciones que le
impone el capitalista por temor a un mal mayor.
La libre contratación no es suficiente para que
la retribución sea justa.
- Hay una idea reiteradamente expuesta en la
Doctrina social de la Iglesia que curiosamente
los liberal-católicos no mencionan, y en la cual
se encuentra la clave de la ilicitud moral y la
injusticia del capitalismo. Es la idea de la
primacía del trabajo sobre el capital. El
trabajo, dice la Iglesia, no puede ser comprado
como una vulgar mercancía. El capital, que es un
factor necesario para el proceso productivo, no
puede sin embargo erigirse hegemónicamente en
único protagonista del mismo, ni disponer
arbitrariamente el fruto del trabajo. El trabajo
es un atributo humano, y por ello más merecedor
de respeto que el capital.
Siendo esto así cabe preguntarse: si el
beneficio obtenido por una empresa, que es la
conjunción del trabajo y del capital que
cooperan en el logro de un objetivo lucrativo
común, es el fruto de la concurrencia de ambos
factores, ya que el uno y el otro se necesitan
mutuamente, ¿por qué la parte del beneficio que
corresponde a la aplicación del trabajo queda
íntegramente en propiedad del capitalista, que
dispone de ella a su antojo? ¿Por qué a los
trabajadores no se les permite intervenir en la
gestión de esa parte del beneficio que ellos
mismos han generado?
Esto no quiere decir que no se tenga en cuenta el
riesgo que asume el empresario cuando invierte su
dinero en la empresa. Se ha de tener en cuenta, y
se le debe retribuir un interés en función de
ese riesgo.
Tampoco quiere decir que no se tenga en cuenta
que los trabajadores no podrían acaso dar fruto
si no fuera porque están disponiendo de unas
instalaciones, una maquinaria y unos medios
materiales que el empresario ha puesto a su
disposición. Por eso también habría que
remunerar al empresario una cantidad por ese
concepto. Lo mismo que si un señor quiere abrir
una tienda, y no dispone en principio de dinero y
de un local, acude primero al Banco, el Banco le
concede un crédito, arriesgando un dinero.
Luego, con ese dinero alquila un bajo, monta el
negocio, se pone a trabajar, obtiene unos
beneficios, y con esos beneficios va pagando el
crédito, y va pagando el alquiler. Lo que no
parece justo y razonable es que el Banco o el
propietario del bajo, además de cobrar el uno su
interés, y el otro su mensualidad, quieran
disponer también del beneficio de la actividad
laboral de su cliente y arrendatario.
En todo caso, parece lógico que no se puede
obligar por fuerza al trabajador a tomar parte,
para bien o para mal, en los beneficios o en las
pérdidas de su empresa, y en la gestión de los
mismos. Posiblemente haya muchos trabajadores que
prefieran seguir siendo asalariados, por
comodidad o por lo que sea. Pero lo que sí
sería conveniente es que a todo trabajador se le
diera la opción de poder escoger entre uno u
otro modelo de contrato. Actualmente no existe
esa posibilidad, con lo cual no hay tampoco
verdadera libertad en ese sentido.
- Con respecto a la misión del Estado en lo
concerniente a la economía, los
católico-liberales propugnan que el Estado no
intervenga en el mercado, que respete el
principio de subsidiariedad, y que establezca un
marco jurídico adecuado para que el sistema
funcione.
Todo eso son generalidades, que así, sin más
explicaciones, podrían ser perfectamente
aceptadas desde una interpretación católica de
la vida. Pero, en la práctica, el inmenso poder
económico acumulado por los grandes capitalistas
ha logrado imponer tal presión sobre los
gobiernos que las legislaciones se han hecho y se
hacen a favor de sus intereses y no del bien
común, y en contra de los cuerpos intermedios;
con lo cual, de hecho, consiguen que los Estados
no se abstengan, sino que intervengan en la
economía, pero a su favor, impiden la creación
de marco jurídicos adecuados, y se cargan la
subsidiariedad.
- Los católico-liberales ocultan que tanto Juan
Pablo II como sus predecesores han condenado
explícitamente el capitalismo moderno y
contemporáneo, así como el liberalismo
económico y político (no sólo el filosófico),
y advertido que la injusticia y el fracaso del
socialismo no hace del capitalismo una
alternativa válida para la construcción de un
orden social cristiano.
José María Permuy. |