Somos, por así decir,
inteligencias a la escucha. Se intenta oír y
escuchar a Dios, pero hay una maquinaria
carísima que substituye la voz divina por la de
los locutores y por los artículos de prensa. O
sea, por lo pequeño.
Cuántos se han corrompido por lo pequeño y,
aunque me llame alguien alguna antigüedad,
sostendré siempre que el millón de euros, que
los mil millones de euros, que todo el dinero del
mundo, es cosa pequeña en proximidad de la
Verdad. Aún así, es fundamental atender a lo
pequeño, a las palabras inertes y
desnaturalizadas, para llegar a lo elevado que se
trata de tapar y de olvidar.
Con lo pequeño, bien abierto el ojo del
monóculo, se demuestran maravillas del tercer
milenio, aunque esta que voy a citar viene de
mucho antes. ¿Por qué el Bien, o sea, lo que en
sí tiene el complemento de la perfección, es
ahora -preguntad y veréis- objeto o servicio en
venta: terminología económica?
Nada de "Perfecciones": los bienes
sirven para eliminar o paliar necesidades; o sea,
si hay hambre, una chuleta de cordero es el bien.
Como es natural y lógico, lo contrario de el
"Bien" no es el Mal, sino la
"Necesidad". Si necesitas, malo. Si
tienes, bueno. Un mundo bien sencillo, pero bien
falso.
Pese a los milenios de experiencia y a la
antigüedad del duelo entre el Bien y el Mal,
aquí se nos ha construido un mundo aún más
imperfecto que el de antes. No se trata de
retirarse a la Tebaida a comer saltamontes (Hola,
San Antonio) o pasar la vida como el Estilita,
encolumnado, sino de recordar que Dios nos hizo
libres y que una sociedad invadida por el mal nos
hace siervos.
Ser libre, -Oh, Diógenes- es no necesitar nada.
Así se alcanza a ser hombre completo y, por lo
tanto, a trascender, a disponer de todo tu para
trabajar en lo grande. Cada necesidad quiebra tu
libertad: comer mismo. Beber. Enfermar...
Pero ahora (y temo que por los mismos padres de
la Globalización) se crean tantas necesidades
nuevas como son posibles. Es decir la necesidad
de usar esas cosas, de someterte, dicen, "a
tu tiempo". Pero cuantas más necesidades te
insertan desde lo pequeño, menos libre quedas:
en servidumbre a la materia, y eso intentan de
modo "malvado" porque si el drogadicto
no tiene libertad ante su droga, el consumista no
la tiene ante su deseo y capricho.
Este mundo, que es pista de pruebas de almas
nobles, se basa ya en necesitar y pagar. En
vender y comprar. Quizá no guste a todos, pero
el método, con los refuerzos de publicidad y
propaganda, crea adicción. Nadie silencia que
desear y conseguir es un engaño para que
tengamos una efímera sensación de felicidad:
consumir lo nuevo deseado.
Yo mismo estoy atrapado por ese vicio, porque
necesitaba decir esto. Aunque con buena fe.
Arturo Robsy. |
Revista Arbil nº 61
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