Tal y como pronosticaban los
analistas más pesimistas, el Ibex35 se ha
instalado en el nivel de los 5.500 puntos. Las
incertidumbres contables han quebrado la
confianza, el débil soporte del sistema
capitalista. Y ahora, ¿qué? ¿Son suficientes
las investigaciones emprendidas por los
organismos de supervisión financiera?
Necesitamos con urgencia una verdadera
revolución ética
Los auditores más cínicos afirman que en el
mundo hay mentiras, grandes mentiras y
contabilidad. En realidad la contabilidad trata
de realizar mediante una foto fija la realidad de
la situación económico financiera de la
sociedad, en aplicación del principio de imagen
fiel. Sin embargo, los criterios contables son
discutibles y no siempre está muy claro qué
debe de considerarse inversión (patrimonio
amortizable) y qué gasto (minoración de la
cuenta de resultados).
Todo ello por no hablar de la valoración de
intangibles como la marca o el fondo de comercio
donde se puede imaginar, los criterios son
bastante volátiles. Por otra parte, ¿qué es
mejor, valorar a precio de adquisición o a
precio de mercado? Lo primero resulta muy
conservador: se puede contrastar vía factura el
precio de los bienes que componen el patrimonio.
Por contra, la devaluación o revalorización del
bien, no figuran hasta que no son enajenados. Si
el criterio que utilizaramos fuese el del valor
de mercado, los balances arrojarían valores más
entendibles, pero de mayor riesgo. Porque,
¿quién es el mercado? ¿Cuánto vale mi marca?
¿Cuánto valía Arthur Andersen hace medio año
y cuanto vale ahora?
Por todo ello, la contabilidad es una gran
mentira que transforma el beneficio en pérdida
por mor del criterio contable aplicado. Por eso,
urge que en la aldea global de la industria
financiera, los diferentes organismos contables y
de supervisión de los mercados de valores
homologuen los diferentes criterios para que
cualquier inversor entienda lo mismo cuando lee
un balance o cuenta de resultados.
Probablemente esta sea la batalla más
apasionante que se esté viviendo en estos
tiempos. Aparece como un debate científico entre
técnicos contables de lápiz en la oreja. Pero
estamos hablando de aquel sistema que nos permite
valorar una empresa, y saber si su desempeño ha
sido el correcto o no. Ningún inversor ni
ningún analista tiene capacidad para adentrarse
en la "papelería" de cada empresa. La
contabilidad es el "lenguaje" en que
podemos entendernos cuando hablamos de
"beneficio",
"amortizaciones",
"consolidado", etc.
Este proceso de armonización contable constituye
un requisito imprescindible en el avance de la
aldea global y de la libre circulación de
capitales. Imprescindible, pero no único. Porque
es necesario también que en paralelo se
reconstituya la quebrada confianza del inversor.
Una confianza mermada por la enronitis en un
proceso de sutura que parece no tener fin.
Y la pérdida de esta confianza es probablemente
la parte más delicada de la crisis económica
que estamos atravesando. Tanto la OCDE como el
FMI, la Reserva Federal norteamericana y el Banco
Central Europeo hacen referencias a la caída en
la confianza del inversor. Una caída orginada no
en los recortes bursátiles, sino en la cascada
de casos de "contabilidad creativa". Y
cobn la quiebra de la confianza, el
debilitamiento del sistema, que se basa no en la
"destrucción creadora" como afirmaba
Schumpeter, sino en la confianza del público en
el propio sistema.
Una duda de fe generalizada en la capacidad de
los bancos para afrontar sus compromisos, genera
un problema financiero de primera magnitud.
Porque la realidad es que, efectivamente, los
bancos no están capacitados para hacerv frente a
sus inversiones. Y la verdad es que la mentira se
mantiene firme mientars que la fe de todos la
soporte.
El presidente de los Estados Unidos, George Bush,
ha tratado de recuperar el tambaleante edificio
de la confianza exigiendo a la compañías
transparencia; a los directivos, rigor, honradez
y compromiso persobnal con las cuentas
presentadas; y a la Securities and Exchange
Commision, eficacia y resultados. Un objetivo
loable, pero insuficiente para una herida que
sigue sangrando.
Recientemente hemos vivido "los últimos
coletazos" de los escándalos Xerox, Qwest y
Tyco. En el caso de la teleoperadora Qwest, la
SEc ha reabierto una investigación para conocer
los detalles de un ingreso de 950 millones de
dólares, que se encontraba mal calculado como
consecuencia del error en el cálculo del
incremento de la capacidad de red de fibra
óptica.
También el conglomerado industrial Tyco se
encuentra acaparando portadas de diarios de
información económica tras la dimisión de su
presidente. Recientemente hemos conocido que
varoios miembros del consejo de administración
coultaron las compensaciones financieras
"generosas" que la compañía ofrecía
a varios directivos.
Son sólo algunos ejemplos de la cascada de
ingeniería contable que hemos conocido en los
últimos 10 meses. Una cascada que arrolla a su
paso la confianza y con ella, la estabilidad, y
con ella, las expectativas. Por eso, el empeño
de Bush resulta muy loable, pero muy
insificiente. Porque no basta con establecer un
estado policial para que el ciudadano deje de
delinquir. La policía es necesaria para reprimir
el delito. Pero la educación es enecesaria para
prevenirlo. Y lo que necesita nuestra cultura
empresarial es una verdadera revolución ética
que reordene la escala de valores recuperando la
primacía del hombre y del valor del trabajo.
¿Estamos dispuestos a emprender esta revolución
o preferimos seguir creyendo que el directivo
debede preocuparse por maximizar el valor para el
accionista? O revolución ética, o el simple
cálculo de derivada que nos maximice el
beneficio por acción. Uds. (nosotros), elegimos.
Luis Losada Pescador referendum@wanadoo.es. |
Revista Arbil nº 61
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